Hospital Público de Putada Ville. Cola de admisión a Urgencias. Mujer de unos treinta años nativa de Wallis & Futuna. Alega dolor en el brazo por una caída. Visibles marcas de golpes en el rostro.
Tras ella un individuo de sesenta largos. También de aquí. Dolencia desconocida.
En tercera posición y con 160 kilos en canal, su seguro servidor, Fet E. Stinks. Pongamos que cierre brusco de válvula pilórica.
Habla la administrativa:
-¿Pero quién le ha hecho eso?
-Nadie. Me lo he hecho sola.
-Pero tú sabes que puedes denunciar, ¿verdad?
-No, que no quiero denunciar a nadie, que me he caído.
-Tiene que denunciar esto, mujer.
Un individuo que parece acompañar a la joven se muestra nervioso en la puerta de la sala. El sesentón de la cola comienza a soltar leves bufidos.
-Que no. Que de verdad que no ha sido nadie.
-Se lo digo por su bien. Podemos avisar a la policía. El hombre que bufa estalla al fin:
-¿Qué? ¡Bueno, ya está bien! ¡Déjela en paz y haga su trabajo! ¡Lo que haya pasado es asunto suyo, coño!
-Ehem... -una hermosa y viril voz masculina resuena tras el impaciente energúmeno-. Me parece que si alguien aquí no está ocupándose correctamente de sus asuntos es usted.
-¿Cómo...?
-No es sólo asunto de esta señorita. También es asunto mío. Y también de usted, que está comportándose como un perfecto cabrón, si me permite la expresión.
-¡Pero...!
-La señorita está haciendo su trabajo y, por cierto, lo está haciendo muy bien. Así que si no sufre usted una dolencia que ponga en riesgo su vida en los próximos cinco minutos, haga el favor de callarse la puta boca.
-¿Cómo te atreves?
-Me atrevo, caballero. Cállese y no haga más el payaso. Haga el favor.
El individuo se calló. Me gustaría decir que en la sala comenzaron a oírse unas rítmicas palmadas que fueron haciéndose más numerosas hasta que terminaron por convertirse en ensordecedora ovación, pero eso sólo pasa en los States.